Roberto Sosa nació en Yoro el 18 de abril de 1930, falleció en Tegucigalpa el 23 de mayo de 2O11. Roberto Sosa realizó sus estudios superiores en la Universidad de Cincinnati, en el estado de Ohio. En Estados Unidos realizó una maestría en Artes.
Es considerado uno de los poetas con más prestigio del país. En 1968 recibió el Premio Adonáis en España por su libro Los Pobres. De esa manera, Sosa se convirtió en el primer latinoamericano en ganar este galardón. Su poesía se caracteriza por su profundidad y su conexión con la naturaleza y la vida cotidiana.
Algunas de sus obras:
– Caligramas, Tegucigalpa en 1959.
– Muros, Tegucigalpa en 1966.
– Mar interior, Tegucigalpa en 1967.
– Breve estudio sobre la poesía y su creación en 1967.
– Los pobres, Madrid en 1968.
– Un mundo para todos dividido, La Habana en 1971.
– Prosa armada en 1981.
– Secreto militar en 1985.
– Hasta el sol de hoy en 1987.
– Obra completa en 1990.
– Máscara suelta en 1994.
– El llanto de las cosas en 1995.
Premios: Premio Adonáis de Poesía. Premio Literario Casa de las Américas.
Poemas de Roberto Sosa:
DE NIÑO A HOMBRE.
Es fácil dejar a un niño
A merced de los pájaros.
Mirarle sin asombro
Los ojos de luces indefensas.
Dejarle dando voces
Entre una multitud.
No entender el idioma
Claro de su media lengua.
O decirle a alguien:
Es suyo para siempre.
Es fácil
Facilísimo.
Lo difícil
Es darle la dimensión
De un hombre verdadero.
ARTE ESPECIAL
Llevo con migo un abatido búho.
En los escombros levanté mi casa.
Dije
Mi pensamiento a hombres de imágenes impúdicas.
En la extensión me inclino hecho paisaje, y ciento,
Vuelta música, la sombra de una amante sepultada.
Dentro de mí se abre el espacio
De un mundo para todos divididos.
Estos versos devuelven lo que ya he recibido:
Un mar de fondo,
Las curvas del anzuelo,
El coletazo de un pez ahogado en sangre,
Los feroces silbidos enterrados, la forma
Que adoptó la cuchillada, el terror congelado entre mis dedos.
Comprendo que la rosa no cabe en la escritura.
En una cuerda baila hasta el amanecer
Temiendo- cada instante- la breve melodía de un tropiezo.
LA CASA DE LA JUSTICIA
Entre
En la Casa de justicia
De mi país
Y comprobé
Que es un templo
De encantadores de serpientes.
Dentro
Se está
Como en espera
De alguien
Que no existe.
Temibles
Abogados
Perfeccionan el día y su azul dentellada.
Jueces sombríos:
Hablan de pureza
Con palabras
Que han adquirido
El brillo
De un arma blanca.
Las victimas-en contenido espacio-miden el terror de un solo golpe.
Y todo se consuma bajo esa sensación de ternura que produce el dinero.
LÍMITE
Estoy enfermo. Mi yo
No es sino un bulto
Abandonado
En un lugar con flores de doble filo.
Me arrastro como puedo
Entre hombres y mujeres de sonrisa perfecta
Condicionada
Al cambio de las monedas falsas.
Me sobrevuelan círculos concéntricos
De sombras
Con brillo
De navajas
Que me escarban el fondo,
Y nada digo.
Estoy enfermo, claro, muy enfermo.
Todos
Están enfermos en la ciudad que habito.
Anda drogado y sucio el odio por las calles y sufre
Oscuramente de frío en la cabeza.
Lejos está el amor. Muy lejos de estos crueles edificios.
LOS INDIOS
Los indios
Bajan
Por continuos laberintos
Con su vacío a cuestas.
En el pasado
Fueron guerreros sobre todas las cosas.
Levantaron columnas al fuego
Y a las lluvias de puños negros
Que someten los frutos a la tierra.
En los teatros de sus ciudades de colores
Lucieron vestiduras
Y diademas
Y máscaras doradas
Traídas de lejanos imperios enemigos.
Calcularon el tiempo
Con precisión numérica.
Dieron de beber oro líquido
A sus conquistadores.
Y entendieron el cielo
Como una flor pequeña.
En nuestros días
Aran y siembran el suelo
Lo mismo que en las edades primitivas.
Sus mujeres modelan las piedras del campo
Y el barro, o tejen
Mientras el viento
Desordena sus duras cabelleras de diosas.
Los he visto sin zapatos y casi desnudos,
En grupos,
Al cuidado de voces tendidas como látigo,
O borrachos balanceándose con los charcos del ocaso
O de regreso a sus cabañas
Situadas en el fin de los olvidos.
Les he hablado en sus refugios
Allá en los montes protegidos por ídolos
Donde ellos son alegres como siervos
Pero quietos y hondos
Como los prisioneros.
He sentido sus rostros
Golpearme los ojos hasta la última luz,
Y he descubierto así
Que mi poder no tiene
Ni validez ni fuerza.
Junto a sus pies
Destruidos por todos los caminos,
Dejo mi sangre
Escrita en un oscuro ramo.
LOS ELEGIDOS DE LA VIOLENCIA
No es fácil reconocer la alegría
Después de contener el llanto mucho tiempo
El sonido de los balazos
Puede encontrar de súbito
El sitio de la intimidad. El cielo aterroriza
Con sus cuencas vacías. Los pájaros pueden alojar la delgadez
De la violencia entre patas y pico. La guerra fría tiende su mano azul y mata.
La niñez, aquella de los cuidados cabellos de vidrio,
No la hemos conocido. Nosotros nunca hemos sido niños.
El horror
Asumió su papel de padre frío. Conocemos su fuerza
Con lentitud de asfixia. Conocemos su rostro
Línea por línea,
Gesto por gesto,
Cólera por cólera.
Y aunque desde las colinas admiramos el mar
Tendido en la maleza, adolescente el blanco oleaje,
Nuestra niñez se destrozó en la trampa
Que prepararon nuestros mayores.
Hace ya muchos años
La alegría
Se quebró el pie derecho y un hombro,
Y posible ya no se levante,
La pobre.
Miradla,
Miradla cuidadosamente.
DIBUJO A PULSO
A como dé lugar pudren al hombre en vida.
Le dibujan a pulso
Las amplias palideces de los asesinados
Y lo encierran en el infinito.
Por eso
He decidido- dulcemente- moralmente-
Construir
Con todas mis canciones
Un puente interminable hacia la dignidad, para que pasen.
Uno por uno,
Los hombres humillados de la Tierra.
LOS POBRES
Los pobres son muchos
y por eso
es imposible olvidarlos.
Seguramente
ven
en los amaneceres
múltiples edificios
donde ellos
quisieran habitar con sus hijos.
Pueden
llevar en hombros
el féretro de una estrella.
Pueden
destruir el aire como aves furiosas,
nublar el sol.
Pero desconociendo sus tesoros
entran y salen por espejos de sangre;
caminan y mueren despacio.
Por eso
es imposible olvidarlos.
MALIGNOS BAILARINES SIN CABEZA
Aquellos de nosotros
Que siendo hijos y nietos
De honestísimos hombres del campo.
Cien veces
Negaron sus orígenes
Antes y después
Del canto de los gallos.
Aquellos de nosotros
Que aprendieron de los lobos
Las vueltas Sombrías
Del aullido y el acecho
Y que a las crueldades adquiridas
Agregaron
Los refinamientos de la perversidad
Extraídos
De las cavidades de los lamentos.
Y aquellos de nosotros
Que compartieron (y comparten)
La mesa y el lecho
Con heladas bestias velludas destructoras
De la imagen de la patria, y que mintieron o callaron
A la hora de la verdad, vosotros,
-solamente vosotros , malignos bailarines sin cabeza-
Un día valdréis menos que una botella quebrada
Arrojada
Al fondo de un cráter de la luna.
LAS SALES ENIGMÁTICAS
Los generales compran, interpretan y reparten
La palabra y el silencio.
Son rígidos y firmes
Como las negras alturas pavorosas. Sus mansiones ocupan
Dos terceras partes de sangre y una soledad,
Y desde allí, sin hacer movimientos, gobiernan
Los hilos
Anudados a sensibilísimos mastines
Con dentaduras de oro y humana apariencia y combinan,
Nadie lo ignora, las sales enigmáticas
De la orden superior mientras se hinchan
Sus inaudibles anillos poderosos.
Los generales son dueños y señores
De códigos, vidas y haciendas, y miembros respetados
De la santa iglesia católica, apostólica y romana.
EL VÉRTICE MÁS ALTO
No enseñaremos a las nuevas generaciones
Que la luna
Es una dama
De boca casi adolescente.
No edificamos nuestra casa en la arena, porque las lluvias
Y el ímpetu del viento, explican los textos antiguos,
La desplomarán; de igual manera
Desconfiaremos
De las palabras de los falsificadores del sentir popular
Porque sus cantos de sirena
Nos conducirán
A un dominio pleno de incesantes mortales.
No fabricaremos placer con el terror que sufre el payaso
A causa
De las dificultades que para él representa
Subir
Al vértice más alto del circo,
Porque la palidez que mal oculta el maquillaje de su cara,
Quizá signifique
El precio
De la sonrisa de su hijo menor.
En público y en privado
Repudiaremos la amistad de los demonios
Y la delicadeza de sus emisarios y cabestros.
No nos bañaremos jamás en las aguas de la injusticia,
Ni cambiaremos la libertad
Por todos los disfraces luminosos y la superficie sin fin de la calma
Que el oro promete.
Seremos impenetrablemente claros como los ídolos de la venganza.
Por todo ello
Heredaremos el traje de un mendigo,
Cuyo valor
Ninguno podrá pagar
Transcurridos muchísimos años.
LA IGUALDAD
He estado repetidas veces en los cementerios.
He tocado los Ángeles
que vigilan a los poetas caídos.
He leído
las inscripciones grabadas en placas de oro inútil.
He observado largamente
las complicadas capillas
de las familias chinas.
Me he detenido junto a las tumbas anónimas
pobladas de insectos y yerbas
que hacen recordar las cosas naturales y sencillas.
Quizá –me he dicho—
las lápidas de los soberbios
no poseen la gracia del tallo de un flor.
Los cementerios se abren como el mar
y nos reciben.
Definitivamente
los vivos no podrían destruir
la perfecta igualdad de los muertos.
MI PADRE
I
De allá de Cuscatlán de sur anclado
Vino mi padre
Con despeñados lagos en los dedos.
El conoció lo dulce del límite que llama.
Amaba los inviernos,
La mañana,
Las olas.
Trabajó sin palabras
Por darnos pan y libros
Y así jugó a los naipes vacilantes del hambre.
No sé cómo en su pecho
Se sostenía un astro
Ni como lo cuidó de las pedradas.
Solo sé que esta tierra
Constructora de pinos
Le humilló simplemente.
Por eso se alejaba
(de música orillado)
Hacia donde se astillan crepúsculo y velero.
Miradle, si, miradle
Que trae para el hijo
Gaviota
Y redes de aire.
Mi puerta toca y dice: buenos días.
Miradle, si, miradle
Que viene ensangrentado.
Después
Los hospitales
Y médicos inmensos vigilando la escarcha.
Su traje y desamparo combatiendo el espanto.
Sus pulmones azules,
La poesía
Y mi nada.
Un día sin principio cayó en absurda yerba.
Su brazo campesino
Borro espejos
Y rostros
Y chozas
Y comarcas;
Y los trenes del tiempo
En humo inalcanzable se llevaron su nombre.
Nueve le dimos tierra.
Aún algo nos pasó
De asfalto,
Ruina y viento.
Las campanas huyendo
Y el golpe de la caja que derribó el ocaso.
Yo no hubiera querido regresarme
Y dejarle inmensamente solo.
Frente al agua del agua.
Padre mío.
¿Qué límites te llaman?
Mi niño bueno, dime.
¿Qué mano puede hacerlo?
Dejadle.
Así dejadle: que nadie ya le toque.
II
Quien creó la existencia
Calculó la medida del sepulcro.
Quien hizo la fortuna hizo la ruina.
Quien anudó los lazos del amor
Dispuso las espinas.
El astro no descubre su destello.
Ignora el pez el círculo del astro.
Se halla solo el viajero
En su deseo
De llegar a la cruz del horizonte.
Es lenta la partida y el sendero lento
La luz
Se borra en la extensión
Y el universo en lo que no se sabe.
Caen las rotas hojas de los árboles.
El hombre –maniatado en sus orígenes –
Se encamina
Hacia un claustro sin llave ni salida.
Mi padre
Tenía la delgadez en sombra
Del cristal en el pecho;
Cuando hablan, a la hora de la espesura,
Se volvían sus labios inmortales.
Sin su decidida bondad
No existiría
Para mí esa calma y su ojo de pájaro en reposo.
La pobreza sería una divinidad indigna.
Alegrare lo triste de los días.
Seré un grano de arena o una yerba.
Saludaré
Como antes
Las arenas de luces que cuelgan de la esfera
Todo ello
Para sacar sus hombros
Porque,
¿Qué hubiera sido de mí, niño como era,
De no haber recibido
La rosa diaria
que él tejía con su hilo más tierno?
Vienen a mi memoria
Sin que pueda evitarlo
Las ciudadelas que recorríamos juntos;
El griterío de la gente
Ante la pólvora y sus golpes en el aire;
Los iconos custodiados de cerca
Por la astucia de los frailes de pueblo.
O los sucesos de aquel puerto:
el mar, me acuerdo,
Vestido de negro, abandonó la orilla.
Al fondo
Se erguía la presentación del hielo,
martillo en alto;
En ese entonces,
padre padeciste en tu carne
El dolor del planeta.
El agua
Ha dispuesto
Sus muebles de lujo en el césped.
Los frutos están bajos para todas las bocas.
El estaría ahora tratando de alcanzarlos
Reflejados en el río. O vendrían a buscarme
Y me diría -no me dejes. Soy un viejo ya.
Tienes que volver a mi lado. Ayer
Escribí una carta a tu madre. Sabes,
Cuando oiga los gritos
De los pájaros del lugar,
Ciento que algo
Me une más a ella-.
Caminaba
-doy mi testimonio- del brazo de fantasmas
Que lo llevaron a ninguna parte.
Caía
Abandonado abajo, cada vez más abajo,
Más abajo.
Con ayes sin sonido,
Repitiendo ruidos no aprendidos,
Buscando continuamente
El encuentro con los arrullos dentro de la apariencia.
Queda el eco en el mundo.
Subsisten
Los aullidos del ultrajado.
La sangre del cordero
Ni la limpia el curso de la fuente:
Se adhiere en la piel de los verdugos,
Y cuando ellos abren sus roperos,
Surge su mano nunca concluida.
No.
Para ellos no abra quietud posible.
El humo de las hogueras apagadas
Eleva sus copas acusadoras.
En sus refugios hallarán un tiempo de duda:
En sus lechos
Estará esperándoles
La rapidez del áspid.
No.
Para ustedes
No habrá tregua
Ni perdón.
En este mismo sitio me habló de la ventisca
Que azota sin descanso los asilos,
De su amor a los árboles en medio del silencio.
Hoy
Que no vamos juntos
Me siento entre desconocidos
Que esquivan la mirada.
Hoy
Que no está en mi mesa
Compartiendo mí turbio vaso de agua
Debe estar más solo de lo que imagino.
La lluvia en el cementerio
Se convierte
En una catedral extraída de la plata.
Dentro, en los altares,
Viudas de blanco
Rezan cabizbajas.
Lejos
Se oyen
Las voces
De un coro que no existe.
Me llevas de la mano
Como lo hacías antes.
Encontramos la única casa
Que ha quedado en pie
Después de la destrucción del día.
Cruzamos avenidas
Que conducen a un mundo derrumbado.
Creemos escuchar una canción.
Volvemos: tu alto y yo pequeño,
Pequeñito, para no hacerte daño.
Señalas la distancia.
Te quitas el pan de la boca
Para salvarme un poco.
Padre,
Ya pienso que vives todavía.
De aquí partió y reposa bajo tierra.
Hoy me duele el esfuerzo último de sus brazos.
CRUZ DE ALBA
Ciertamente que hubo algo muy valioso
Aquí donde la aurora
Quema su lanza inútilmente bella.
Aquí donde el oprobio
se enrosca en el olvido
hubo seres y cosas transparentes
allá detrás del tiempo:
la indiada soñadora,
la lluvia desgarrándose en las peñas.
¿Quién te amarró los pies con cintas negras?
¿Quién cortó tus cabellos con filos de miseria?
¿Quién desgarró tu traje y tu hermosura
y te dio de beber vinagre y muerte?
Patria mía –cabaña o cuartería–
aunque escriban tu nombre en dulzura
o sumerjan el canto en tus lagunas
o alaben tus entrañas
a ti nadie te ama. Todos te niegan,
todos.
Nunca se movió boca
diciendo que tu héroes
son el polvo barrido
de ensordecidos pianos.
Ni dijeron que eres solamente una cifra
en misteriosas jaulas sin ventanas.
Todo te duele:
el niño oscurecido.
La acera retorciéndose de angustia
cuando mira al anciano
con la mano extendida.
Labrador y montaña
(imágenes luchando con redes fotográficas)
pasto y sed de curiosos sonoros y distantes.
Jamás has sonreído.
Tus hospitales gritan.
La fábrica se borra al dibujarse.
Huye el río, cadáver,
inútilmente en su actitud de curvas.
Mira cómo te ahogan los papeles.
Papeles de marchitas
golondrinas de imprenta.
Papeles descompuestos
en paredes,
en autos,
en la esquina del aire,
sobre las grandes aves
que custodian el cielo.
Actores siglo a siglo
te engañaron con desmedidos gestos.
Dijeron que eres alta,
bella y sabia.
Te musitaron cuentos
de porcelana china
hasta agotar el tema.
Y ellos, los mismos, te golpearon con palos,
doblaron tus rodillas
y echaron suerte sobre tus harapos.
Lo siniestro, filo de escombro, crece.
Que la historia lo grave y lo publique
cuando se vuelva hacia la cruz del alba.
Sobre las salas y ventanas sombreadas de abandono.
Sobre la huida de la primavera, ayer mismo ahogada
en un vaso de agua.
Sobre la viejísima melancolía (tejida
y destejida largamente) hija
de las grandes traiciones hechas a nuestros padres y abuelos:
estamos solos.
Sobre las sensaciones de vacío bajo los pies.
Sobre los pasadizos inclinados que el miedo y la duda edifican.
Sobre la tierra de nadie de la Historia: estamos solos
sin mundo,
desnudo al rojo vivo el barro que nos cubre, estrecho
en sus dos lados el aire que nos queda todavía.