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  • El arte poético de Roberto Sosa
Published by 1ngenio on 12 de marzo de 2024

El arte poético de Roberto Sosa

Roberto_Sosa

Roberto Sosa nació en Yoro el 18 de abril de 1930, falleció en Tegucigalpa el 23 de mayo de 2O11. Roberto Sosa realizó sus estudios superiores en la Universidad de Cincinnati, en el estado de Ohio. En Estados Unidos realizó una maestría en Artes.

Es considerado uno de los poetas con más prestigio del país. En 1968 recibió el Premio Adonáis en España por su libro Los Pobres. De esa manera, Sosa se convirtió en el primer latinoamericano en ganar este galardón. Su poesía se caracteriza por su profundidad y su conexión con la naturaleza y la vida cotidiana.

Algunas de sus obras:

– Caligramas, Tegucigalpa en 1959.

– Muros, Tegucigalpa en 1966.

– Mar interior, Tegucigalpa en 1967.

– Breve estudio sobre la poesía y su creación en 1967.

– Los pobres, Madrid en 1968.

– Un mundo para todos dividido, La Habana en 1971.

– Prosa armada en 1981.

– Secreto militar en 1985.

– Hasta el sol de hoy en 1987.

– Obra completa en 1990.

– Máscara suelta en 1994.

– El llanto de las cosas en 1995.

 

Premios: Premio Adonáis de Poesía. Premio Literario Casa de las Américas.

 

Poemas de Roberto Sosa:

DE NIÑO A HOMBRE.

 

Es fácil dejar a un niño

A merced de los pájaros.

 

Mirarle  sin asombro

Los ojos de luces indefensas.

 

Dejarle dando voces

Entre una multitud.

 

No entender el idioma

Claro de su media lengua.

 

O decirle a alguien:

Es suyo para siempre.

Es  fácil

 Facilísimo.

 

Lo difícil

Es darle la dimensión

De un hombre verdadero.

 

ARTE ESPECIAL

 

Llevo con migo un abatido búho.

En los escombros levanté mi casa.

Dije

Mi pensamiento a hombres de imágenes impúdicas.

 

En la extensión me inclino hecho paisaje, y ciento,

Vuelta música, la sombra de una amante sepultada.

 

Dentro de mí se abre el espacio

De un mundo para todos divididos.

 

Estos versos devuelven  lo que ya he recibido:

Un mar de fondo,

Las curvas del anzuelo,

El coletazo de un pez ahogado en sangre,

Los feroces silbidos enterrados, la forma

Que adoptó la cuchillada, el terror congelado entre mis dedos.

 

Comprendo que la rosa no cabe en la escritura.

 

En una cuerda baila hasta el amanecer

Temiendo- cada instante-  la breve melodía de un tropiezo.

 

LA CASA DE LA JUSTICIA

 

Entre

 En  la Casa de justicia

De mi país

Y comprobé

Que es un templo

De encantadores   de serpientes.

 

Dentro

Se está

Como en espera

De alguien

Que no existe.

 

Temibles

Abogados

Perfeccionan el día y su azul dentellada.

 

Jueces sombríos:

Hablan de pureza

Con palabras

Que han adquirido

El brillo

De un arma blanca.

Las victimas-en contenido espacio-miden el terror de un solo golpe.

Y todo se consuma  bajo esa sensación de ternura que produce el dinero.

LÍMITE

 

Estoy enfermo. Mi yo

No es sino un bulto

Abandonado

En un lugar con flores de doble filo.

 

Me arrastro como puedo

Entre hombres y mujeres de sonrisa perfecta

Condicionada

Al cambio de las monedas falsas.

Me sobrevuelan círculos concéntricos

De sombras

Con brillo

De navajas

Que me escarban el fondo,

Y nada digo.

 

Estoy enfermo, claro, muy enfermo.

Todos

Están enfermos en la ciudad que habito.

Anda drogado y sucio el odio por las calles y  sufre

Oscuramente de frío en la cabeza.

 

Lejos está el amor. Muy lejos de estos crueles  edificios.

LOS INDIOS

 

Los indios

Bajan

Por continuos laberintos

Con su vacío a cuestas.

 

En el pasado

Fueron guerreros sobre todas las cosas.

Levantaron columnas al fuego

Y a las lluvias de puños negros

Que someten los frutos a la tierra.

 

En los teatros de sus ciudades de colores

Lucieron vestiduras

Y diademas

Y máscaras doradas

Traídas de lejanos imperios enemigos.

 

Calcularon el tiempo

Con precisión numérica.

Dieron de beber oro líquido

A sus conquistadores.

Y entendieron el cielo

Como una flor pequeña.

 

En nuestros días

Aran y siembran el suelo

Lo mismo que en las edades primitivas.

Sus mujeres modelan las piedras del campo

Y el barro, o tejen

Mientras el viento

Desordena sus duras cabelleras de diosas.

 

Los he visto sin zapatos y casi desnudos,

En grupos,

Al cuidado de voces tendidas como látigo,

O borrachos balanceándose con los charcos del ocaso

O de regreso a sus cabañas

Situadas en el fin de los olvidos.

 

Les he hablado en sus refugios

Allá en los montes protegidos por  ídolos

Donde ellos son alegres como siervos

Pero quietos y hondos

Como los prisioneros.

 

He sentido sus rostros

Golpearme los ojos hasta la última luz,

Y he descubierto así

Que mi poder no tiene

Ni validez ni fuerza.

 

Junto a sus pies

Destruidos por todos los caminos,

Dejo mi sangre

Escrita en un oscuro ramo.

 

LOS ELEGIDOS DE LA VIOLENCIA

 

No es fácil reconocer la alegría

Después de contener el llanto mucho tiempo

 

El sonido de los balazos

Puede encontrar de súbito

El sitio de la intimidad. El cielo aterroriza

Con sus cuencas  vacías. Los pájaros  pueden alojar la delgadez

De la violencia entre patas y pico. La guerra fría tiende su mano azul y mata.

 

La niñez, aquella de los cuidados cabellos de vidrio,

No la hemos conocido. Nosotros nunca hemos sido niños.

 

El horror

Asumió su papel de padre frío. Conocemos su fuerza

Con lentitud de asfixia. Conocemos su rostro

Línea por línea,

Gesto por gesto,

Cólera por cólera.

Y aunque desde las colinas admiramos el mar

Tendido en la maleza, adolescente el blanco oleaje,

 Nuestra niñez se destrozó en la trampa

Que prepararon nuestros  mayores.

 

 

Hace ya muchos años

La alegría

Se quebró el pie derecho y un hombro,

Y posible ya no se levante,

La pobre.

 

Miradla,

Miradla cuidadosamente.

 

 

 

DIBUJO A PULSO

 

A como dé lugar pudren al hombre en vida.

Le dibujan a pulso

Las amplias palideces de los asesinados

Y lo encierran en el infinito.

 

Por eso

He decidido- dulcemente- moralmente-

 Construir

Con todas mis canciones

Un puente interminable hacia la dignidad, para que pasen.

Uno por uno,

Los hombres humillados de la Tierra.

 

LOS POBRES

 

Los pobres son muchos

y por eso

es imposible olvidarlos.

 

Seguramente

ven

en los amaneceres

múltiples edificios

donde ellos

quisieran habitar con sus hijos.

 

Pueden

llevar en hombros

el féretro de una estrella.

 

Pueden

destruir el aire como aves furiosas,

nublar el sol.

 

Pero desconociendo sus tesoros

entran y salen por espejos de sangre;

caminan y mueren despacio.

 

Por eso

es imposible olvidarlos.

 

MALIGNOS BAILARINES SIN CABEZA

 

Aquellos de nosotros

Que siendo hijos y nietos

De honestísimos hombres del campo.

Cien veces

Negaron sus  orígenes

Antes y después

Del canto de los gallos.

Aquellos de nosotros

Que aprendieron de los lobos

Las vueltas Sombrías

Del aullido y el acecho

Y que a las crueldades adquiridas

Agregaron

Los refinamientos  de la perversidad

Extraídos

De las cavidades de los lamentos.

Y aquellos de nosotros

Que compartieron (y comparten)

La mesa y el lecho

Con heladas bestias velludas destructoras

De la imagen de la patria, y que mintieron o callaron

A la hora de la verdad, vosotros,

-solamente vosotros , malignos bailarines sin cabeza-

Un día valdréis menos que una botella quebrada

Arrojada

Al fondo  de un cráter de la luna.

LAS SALES ENIGMÁTICAS

 

Los generales compran, interpretan y reparten

La palabra y el silencio.

 

Son rígidos y firmes

Como las negras alturas pavorosas. Sus mansiones ocupan

Dos terceras partes de sangre y una soledad,

Y desde allí, sin hacer movimientos, gobiernan

Los hilos

Anudados  a sensibilísimos mastines

Con  dentaduras de oro y humana apariencia y combinan,

Nadie lo ignora, las sales enigmáticas

De la orden superior mientras se hinchan

Sus inaudibles anillos poderosos.

 

Los generales son dueños y señores

De códigos, vidas y haciendas, y miembros respetados

De la santa iglesia católica, apostólica y romana.

 

 

EL VÉRTICE MÁS ALTO

 

No enseñaremos a las nuevas generaciones

Que la luna

Es una dama

De boca casi adolescente.

 

No edificamos nuestra casa en la arena, porque las lluvias

Y el ímpetu del viento, explican los textos antiguos,

La desplomarán;  de igual manera

Desconfiaremos

De las palabras de los falsificadores del sentir popular

Porque  sus cantos de sirena

Nos conducirán

A un dominio pleno de incesantes mortales.

No fabricaremos placer con el terror que sufre el payaso

A causa

De las  dificultades que para él representa

Subir

Al vértice más alto del circo,

Porque la palidez que mal oculta el maquillaje de su cara,

 Quizá signifique

El precio

 De la sonrisa de su hijo menor.

 

En público y en privado

Repudiaremos la amistad de los demonios

Y la delicadeza de sus emisarios y cabestros.

 

No nos  bañaremos  jamás en las aguas de la injusticia,

Ni cambiaremos la libertad

Por todos los disfraces  luminosos y la superficie sin fin de la calma

Que el oro promete.

 

Seremos impenetrablemente claros como los ídolos de la venganza.

Por todo ello

Heredaremos  el traje de un mendigo,

Cuyo valor

Ninguno podrá pagar

Transcurridos muchísimos años.

 

LA IGUALDAD

 

He estado repetidas veces en los cementerios.

 He tocado los Ángeles

que vigilan a los poetas caídos.

 

He leído

las inscripciones grabadas en placas de oro inútil.

 

He observado largamente

las complicadas capillas

de las familias chinas.

 

Me he detenido junto a las tumbas anónimas

pobladas de insectos y yerbas

que hacen recordar las cosas naturales y sencillas.

 

Quizá –me he dicho—

las lápidas de los soberbios

no poseen la gracia del tallo de un flor.

 

Los cementerios se abren como el mar

y nos reciben.

 

Definitivamente

los vivos no podrían destruir

la perfecta igualdad de los muertos.

 

 

 

 

 

 

 

 

MI PADRE

 

I

De allá de Cuscatlán de sur anclado

Vino mi padre

Con despeñados lagos en los dedos.

 

El conoció lo dulce del límite que llama.

Amaba los inviernos,

La mañana,

Las olas.

 

Trabajó sin palabras

Por darnos pan y libros

Y así jugó a los naipes vacilantes del hambre.

 

No sé cómo en su pecho

Se sostenía un astro

Ni como lo cuidó de las pedradas.

 

Solo sé que esta tierra

Constructora de pinos

Le humilló simplemente.

 

Por eso se alejaba

(de música orillado)

Hacia donde se astillan crepúsculo y velero.

 

 Miradle, si, miradle

Que trae para el hijo

Gaviota

Y redes de aire.

 

Mi puerta toca y dice: buenos días.

Miradle, si, miradle

Que viene ensangrentado.

 

Después

Los hospitales

Y médicos inmensos vigilando la escarcha.

Su traje y desamparo combatiendo el espanto.

Sus pulmones azules,

La poesía

Y mi nada.

 

Un día sin principio cayó en absurda yerba.

 

Su brazo campesino

Borro espejos

Y rostros

Y chozas

Y comarcas;

Y  los trenes del tiempo

En humo inalcanzable se llevaron su nombre.

 

Nueve le dimos tierra.

Aún algo nos pasó

De asfalto,

Ruina y viento.

Las campanas  huyendo

Y el golpe de la caja que derribó el ocaso.

 

Yo no hubiera  querido regresarme

Y dejarle inmensamente  solo.

 

Frente al agua del agua.

Padre mío.

¿Qué límites te llaman?

 

Mi niño bueno, dime.

¿Qué mano puede  hacerlo?

 

Dejadle.

Así  dejadle: que nadie  ya le toque.

 

II

Quien creó la existencia

Calculó la medida del sepulcro.

Quien hizo la fortuna hizo la ruina.

Quien anudó los lazos del amor

Dispuso las espinas.

 

El astro no descubre su destello.

Ignora el pez el círculo del astro.

Se halla  solo el viajero

En su deseo

De llegar a la cruz del horizonte.

 

Es lenta la partida y el sendero lento

La luz

Se borra en la extensión

Y el universo en lo que no se sabe.

 

Caen las rotas  hojas de los árboles.

El hombre –maniatado en sus orígenes –

Se encamina

Hacia un claustro sin llave ni salida.

 

Mi padre 

Tenía  la delgadez en sombra

Del cristal en el pecho;

Cuando hablan, a la hora de la espesura,

Se volvían sus labios inmortales.

 

Sin su decidida bondad

No existiría

Para mí esa calma y su ojo de pájaro en reposo.

La pobreza sería una divinidad indigna.

 

Alegrare lo triste de los días.

Seré un grano de arena o una yerba.

Saludaré

Como antes

Las arenas de luces que cuelgan de la esfera

Todo ello

Para sacar sus hombros

Porque,

¿Qué hubiera sido de mí, niño como era,

De no haber recibido

La rosa diaria

que él tejía  con su hilo más tierno?

 

Vienen a mi memoria

Sin que pueda evitarlo

Las ciudadelas que recorríamos  juntos;

El griterío de  la gente

Ante la pólvora y sus golpes en el aire;

Los iconos  custodiados de cerca

Por la astucia de los frailes de pueblo.

O los sucesos de aquel puerto:

el mar, me acuerdo,

Vestido de negro, abandonó la orilla.

Al fondo

Se erguía la presentación del hielo,

martillo en alto;

En ese entonces,

padre padeciste en tu carne

El dolor del planeta.

 

El agua

Ha dispuesto

Sus  muebles de lujo en el césped.

Los frutos  están bajos  para todas las bocas.

El estaría ahora  tratando de alcanzarlos

Reflejados en el río. O vendrían  a buscarme

Y  me diría -no me  dejes. Soy un viejo ya.

Tienes que volver a mi lado. Ayer

Escribí una carta a tu madre. Sabes,

Cuando oiga los gritos

De los pájaros  del lugar,

Ciento que algo

Me une más a ella-.

 

Caminaba

-doy mi testimonio-  del brazo de fantasmas

Que lo llevaron a ninguna parte.

 

Caía

Abandonado abajo, cada vez más abajo,

Más abajo.

Con ayes sin sonido,

Repitiendo ruidos no aprendidos,

Buscando continuamente

El encuentro con los arrullos dentro de la apariencia.

 

Queda el eco en el mundo.

Subsisten

Los aullidos del ultrajado.

La sangre del cordero

Ni la limpia el curso de la fuente:

Se adhiere en la piel de los verdugos,

Y cuando ellos abren sus roperos,

Surge su mano nunca concluida.

 

No.

Para ellos no abra quietud posible.

El humo de las hogueras apagadas

Eleva sus copas acusadoras.

 

En sus refugios hallarán un tiempo de duda:

En sus lechos

Estará esperándoles

La rapidez del áspid.

No.

Para ustedes

No habrá tregua

Ni perdón.

 

En este mismo sitio me habló de la ventisca

Que azota sin descanso los asilos,

De su amor a los árboles en medio del silencio.

 

Hoy

Que no vamos juntos

Me siento entre desconocidos

Que esquivan la mirada.

 

Hoy

Que no está en mi mesa

Compartiendo mí turbio vaso de agua

Debe estar más solo de lo que imagino.

 

La lluvia en el cementerio

Se convierte

En una catedral extraída de la plata.

Dentro, en los altares,

Viudas de blanco

Rezan cabizbajas.

 

Lejos

Se oyen

Las voces

De un coro que no existe.

 

Me llevas de la mano

Como lo hacías antes.

Encontramos la única casa

Que ha quedado en pie

Después de la destrucción del día.

Cruzamos avenidas

Que conducen a un mundo derrumbado.

Creemos escuchar una canción.

Volvemos: tu alto y yo pequeño,

Pequeñito, para no hacerte daño.

 

Señalas la distancia.

Te quitas el pan de la boca

Para salvarme un poco.

Padre,

Ya pienso que vives todavía.

 

De aquí partió y reposa bajo tierra.

Hoy me duele el esfuerzo último de sus brazos.

 

CRUZ DE ALBA

 

Ciertamente que hubo algo muy valioso

Aquí donde la aurora

Quema su lanza inútilmente bella.

 

Aquí donde el oprobio

se enrosca en el olvido

hubo seres y cosas transparentes

allá detrás del tiempo:

la indiada soñadora,

la lluvia desgarrándose en las peñas.

 

¿Quién te amarró los pies con cintas negras?

¿Quién cortó tus cabellos con filos de miseria?

¿Quién desgarró tu traje y tu hermosura

y te dio de beber vinagre y muerte?

 

Patria mía –cabaña o cuartería–

aunque escriban tu nombre en dulzura

o sumerjan el canto en tus lagunas

o alaben tus entrañas

a ti nadie te ama. Todos te niegan,

todos.

 

Nunca se movió boca

diciendo que tu héroes

son el polvo barrido

de ensordecidos pianos.

Ni dijeron que eres solamente una cifra

en misteriosas jaulas sin ventanas.

 

Todo te duele:

el niño oscurecido.

La acera retorciéndose de angustia

cuando mira al anciano

con la mano extendida.

Labrador y montaña

(imágenes luchando con redes fotográficas)

pasto y sed de curiosos sonoros y distantes.

 

Jamás has sonreído.

Tus hospitales gritan.

La fábrica se borra al dibujarse.

Huye el río, cadáver,

inútilmente en su actitud de curvas.

Mira cómo te ahogan los papeles.

Papeles de marchitas

golondrinas de imprenta.

Papeles descompuestos

en paredes,

en autos,

en la esquina del aire,

sobre las grandes aves

que custodian el cielo.

 

Actores siglo a siglo

te engañaron con desmedidos gestos.

Dijeron que eres alta,

bella y sabia.

Te musitaron cuentos

de porcelana china

hasta agotar el tema.

Y ellos, los mismos, te golpearon con palos,

doblaron tus rodillas

y echaron suerte sobre tus harapos.

 

Lo siniestro, filo de escombro, crece.

Que la historia lo grave y lo publique

cuando se vuelva hacia la cruz del alba.

 

Sobre las salas y ventanas sombreadas de abandono.

Sobre la huida de la primavera, ayer mismo ahogada

en un vaso de agua.

Sobre la viejísima melancolía (tejida

y destejida largamente) hija

de las grandes traiciones hechas a nuestros padres y abuelos:

estamos solos.

 

Sobre las sensaciones de vacío bajo los pies.

Sobre los pasadizos inclinados que el miedo y la duda edifican.

Sobre la tierra de nadie de la Historia: estamos solos

sin mundo,

desnudo al rojo vivo el barro que nos cubre, estrecho

en sus dos lados el aire que nos queda todavía.

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