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  • La evolución poética de Rafael Heliodoro Valle del modernismo al verso libre
Published by honduras on 14 de mayo de 2025

La evolución poética de Rafael Heliodoro Valle del modernismo al verso libre

Rafael Heliodoro Valle, escritor e intelectual hondureño, dejó una huella profunda en los campos de la historia y la literatura. Nacido en Tegucigalpa el 3 de julio de 1891, se trasladó a México a los 16 años, para estudiar en la Escuela Normal de Tacuba.

Lo que comenzó como una etapa académica terminó convirtiéndose en una vida entera: México sería su segundo hogar durante casi medio siglo. Allí ejerció la docencia en la Universidad Nacional Autónoma y se consolidó como figura clave del pensamiento hispanoamericano. Además de su labor como profesor e historiador, representó a Honduras como embajador en Estados Unidos. Su incursión en la narrativa llegó en 1944 con la publicación de su primera novela, Iturbide, Varón de Dios, donde la historia y la literatura se entrelazan con su estilo característico.

Obras

 

Su obra principal. Poesía. “Como la luz del día” (1914).

“El perfume de mi tierra natal” (1917).

“Ánforas sedientas” (1920). “Unísono amor” (1940).

“Las sandalias de fuego” (1952).

Cuento. “El rosal del ermitaño” (1911).

Anecdotario de mi abuelo (1915).

“Tierras de pan llevar” (1939).

Ensayo. “Cristóbal de Olid/ conquistador de México y de Honduras” (1948, 1950).

“Dionisia de Herrera 1783-1850” (1950).

“El periodismo en Honduras” (1959).

“Viajero feliz” (1959).

“Historia de las ideas en Centroamérica” (1960).

Antología. “Índice de la poesía centroamericana” (1941).

“Semblanza de Honduras” (1947).

Escribió monografías históricas: La anexión de Centroamérica a México (3 vols., 1924, 1927 y 1937), Bolívar en México (1946), Santiago en América (1946 y 1990) y Cristóbal de Olid, conquistador de México y Honduras (1950); crónicas vivaces: México imponderable (Santiago de Chile, 1936), El espejo historial (1937), Visión del Perú (1943), Imaginación de México (Buenos Aires, 1946) y Semblanza de Honduras (Tegucigalpa, 1947); útiles biografías: de Ignacio Manuel Altamirano (1939) y de Hernán Cortés (1953), y antologías: Índice de la poesía centroamericana (Santiago de Chile, 1931). Fue también un poeta sensible que mereció elogios de Rafael López (prólogo a El rosal ermitaño, San José de Costa Rica, 1920) y de Enrique González Martínez (prólogo a Contigo, 1943), y un hábil e innovador periodista que “llenó los periódicos de América” y recibió el Premio Mary Moors Cabot en 1940.

Libros: Tierras de pan llevar, Flor de Mesoamérica.

Premios:

Orden Mexicana del Águila Azteca, Premio María Moors Cabot.

Trabajos editados:

Anfora sedienta: poemas, Pensamiento vivo de José Cecilio del Valle, Bolívar en México, 1799-1832.

Ultramarina

 

Una nube blanca, una nube azul,

en la nube un sueño y en el sueño, tú.

 

Gaviotas del norte, luceros del sur,

sobre el mar el cielo y en el cielo, tú.

 

Música de errantes cítaras de luz,

y luz en el alma y en el alma, tú.

 

Las ondas me traen cartas del Perú,

y en las cartas besos y en los besos, tú.

 

Tú en la noche blanca, tú en la noche azul

y en lo misterioso, dulcemente, tú.

Éxtasis Humilde

 

Vibro tan sólo por un sueño, vibro

por realizar un simultáneo empeño:

que leamos los dos el mismo libro

y soñemos los dos el mismo sueño…

 

Las palabras serán piedras preciosas,

claras Ormuces, misteriosas chinas,

rosas antiguas, delirantes rosas,

palabras con aromas y sin espinas.

 

Será la aurora fina y dulce y clara,

y toda tarde clara, dulce y fina

y toda noche clara y fina para

oír a la oropéndola que trina.

 

Y sabremos la voz que envía el viento,

y será la verdad el cuento moro

y cantarán el pájaro en el cuento

y en la noche de miel la flor de oro.

 

Nos volveremos a la sombra suave,

a donde el invisible nos arroja,

hacia el terror de lo que no se sabe

y el perfume de lo que se deshoja.

 

 

El POEMA DE HONDURAS

 

A los grandes abuelos mayas

que silenciaron el rostro del tiempo con amor sabiduría y paz.

Desde la transparencia constante del recuerdo

Veo tu rostro dulce y triste, tus montañas

Con nieblas en la gloria, solar del mediodía

Tus pinos con balsámicos rumores y fragancias

Y en fondo los pueblos con luces en la noches…

Te quiero por pequeña, por suave y sensitiva,

Ásperamente dulce como la piña de oro,

Que los vergeles surgen, con su miel concentrada

Como si fuera síntesis del verano moreno,

Flotando entre las frutas que los golosos pájaros

–los más esplendorosos del mundo– picotean

en las cuatro estaciones. ¡Oh melódica Honduras,

tierra dulce y pequeña, tierra del rostro indio

y del alma española; hija del almirante

que iba ciego en el mar,  como si te buscara,

su olfato ¡Oh flor telúrica! ¡Oh, isla vagabunda

del alto mar océano! Y se quedó mirándote,

cuando tus islas pasaron encendiendo

su mirada de errante poeta y te nombró

al caer de rodillas para dar

las gracias por haberse evadido de una larga tormenta

frente a tu litoral en uno de esos días

en que hasta las gaviotas se quedan suspendidas

entre el agua y el cielo, buscando rumbos, a ciegas

en la áspera locura del sol innumerable…

¡Oh tierra blanca y azul! Ya tu bandera

trasunta lo más puro del día y de la noche,

la prístina inocencia y el sueño más audaz

la libertad magnifica y la pureza virgen

del alma que se entrega al futuro perfecto,

y olvidando los días nefastos, las cruentas

pesadillas, los bárbaros holocaustos caníbales

que migraron del África, acaso del Brasil

con gritos ululantes y tambores de guerra,

hasta que el europeo llegó en sus carabelas,

desafiando las furias eléctricas, los vientos,

contra los cocoteros, desmantelando velas, gritando: ¡Mas Allá!

Sí, más allá, tal vez fue la voz, ¡Honduras!

Síguela, óyela, suena al otro lado de los peñones donde

Se detienen las aves marinas y las brújulas

Navales enloquecen y las redes errantes del radar

Cumplieron profecías. Ya los nuevos

Oteadores del viento y el cielo presagian

Para ti grandes días henchidos de la dicha posible

Hay una estética en la historia

que siempre ha precedido a los advenimientos

de las auroras áureas de esplendor.

El compás del barco-escuela capta

las hondas más sutiles del hierro de Agalteca

y el temblor de los nervios del Golfo de Fonseca,

El golfo promisorio, en que sigue escondido

El tesoro que pudo rescatar el pirata que llegó sobre el lomo

Del pacífico, desde el sur de Pizarro.

A un se miran las huellas

Del gran González Dávila en las aguas salobres,

De ese mediterráneo que tiene muchas islas

Que cantan encantadas como si fueran novias en una sinfonía

En que aparecen garzas dibujando Poemas

De blancura estatuaria y de silencio exacto.

El golfo es un tesoro que guarda los sesteros

Que buscan los que creen en la Atlántida, los buzos

Que sueñan con galeones hundidos y con arcas

Repleta de la plata primera de tus montes,

Que en su fondo tallado de clepsidra escuchan

Caer las silenciosas lágrimas de los mineros

Que rescataron plata y recibieron cobre.

¡Oh muertos! Vuestros puños se alzaron sin remedio,

Sin esperanza, disteis en lo oscuro del túnel

La sangre y el sudor, sin que se identifiquen

En la vieja moneda que decía:

“¡El libre ofrece paz,

pero el ciervo jamás!”

¡Jamás! Esta palabra impura no debes repetirla;

No vuelvas al pasado, no mires tu ignorancia, que el futuro está en flor

Y aun puedes cultivarlo. No la gastes, ahórrala,

No para el odio estéril; no vuelvas al pasado.

Que te puso en el mapa con horrendos colores,

Y que manchó tu azul y tu blanco y tus pinos,

Que son la primavera. La imagen del futuro te aguarda

Como novio, a tu puerta, sonando tu guitarra

Con el cuello adornado de jazmines insignes.

Se siempre cual la flor más excelsa del patio

De tu casa sencilla: el Jazmín es la pura

Expresión de tu heráldica: de día está orgulloso

De su blancura, dando su aroma penetrante,

Su canto de poeta enamorado siempre de las formas sangradas,

La niña que aparece en el balcón y escucha la serenata llena

De músicas sublimes, de palabras que no pueden decirse,

Y el sol sobre las altas madres selvas.

Cae, dejando pétalos de cielo

Sobre los sueños castos de las calandrias ebrias

De canto, que han construido sus nidos en los viejos amates

A la orilla del río que, en el verano, duerme;

Y se sale del cauce en invierno y se enoja y se lleva los puentes

De piedra que eran juego de niños en el vado;

Los puentes del azteca, del indio

que hizo ciudades de palabras que tienen

un acento gracioso y aún resuenan en nuestro corazón encadenado

a la música antigua: Siguatepeque pueblo de muchachas,

Guaserique, nombre canoro, fresco, cargado de peces y de estrellas;

y algunos nombres mayas que vienen caminando

Desde muy más allá del día en que nacieron las estelas de Copan.

Y desde el Día en que alzó

Poderosa su antorcha, el DIOS del viento;

Ulúa, Sula, Omoa, Danlí y Oropolí, resbalan lentamente

En el oído como gotitas en la antigua

Cueva en que están dormidas las edades

Que vieron los primeros pinos, los primeros caobos,

Los ceibos de raíces milenarias,

Que caminan, caminan y caminan.

Con su mensaje oculto hasta la tierra donde

El señor de Esquipuilas ve llegar a los indios con sus

Danzas y sus banderas desplegadas, el día del alborozo unánime

En que los nietos de los nietos del azteca y el maya

unen sus manos y corazones

En la plegaria y en el llanto

como el ámate de raíces hondas que mece

Su larga y verde cabellera sobre las aguas de los ríos

que bajan de los montes con fragmentos de ídolos

y colores de orquídeas.

¡OH PATRIA, OH MADRE! adorna tu vestido

de zaraza y tu humilde sonrisa más graciosa,

como las madres que en sus pueblos bordan

el complicado encaje para el traje

que ha de llevar el niño en el bautizo

cuando el canario dé su trino de oro

al viento claro, en el albor del día,

y la campana rota con su voz

más recóndita y llena de dulzura llame a todos

para que lleguen a la, fiesta en que

compadres y comadres juraran

quererse siempre, como los abuelos

que no tuvieron odio y juntaron

las manos, cerca de las luminarias

bajo los robles llenos de “parásitas” ,

de las orquídeas niñas que se asoman

tímidamente a ver pasar las nubes

desde los nidos verdes que, en el bosque,

improvisan huyendo de las manos

que buscan llamas en las flores

altas; tus orquídeas manejan tus colores

sencillamente, como los pintores

impresionistas, y como tus pájaros

carpinteros, que esconden sus ahorros

para el invierno, entre los broncos troncos

del roble en que encontraron su refugio

las colmenas huidizas que robaron

su miel a la guanábana, y al pino

su madrigal más fino entre la lluvia….

¡OH PATRIA¡ se siempre propicia

a tus hijos, sonríeles y cuéntales

tu ambición más humilde, no tu historia

con sangre y lágrimas cobardes

Dales valor para afrontar los días difíciles,

y la familia toda está contenta

y orgullosa de ti ¡OH Patria, Oh Madre!

Tus valles son la luz en que se azula

el agua llena de cristal canoro,

El Zamorano y el valle de Sula,

los de Sensenti, Quimistán y Yoro,

del Valle pingüe, el valle del solsticio

de invierno y el feraz y frumenticio

con el confín que no tiene horizonte,

tierra de pan llevar sin beneficio,

que solo tiene el trino del sinsonte.

Y esos pueblos callados, íngrimos y remotos,

allá en el hondo fondo, coronados de humo,

y llenos de muchachas que, sin novio, suspiran,

y tienen hojas tristes como las Dolorosas

que, en los templos oscuros, con el manto raído en la Semana Santa,

Salen a hacer visitas a san Juan y le muestran

puñales sobre el pecho y los ojos en blanco.

Los pueblos aparecen con sus casitas, cuando

del campanario vuelan las palomas de ángelus,

esparciendo noticias del cielo: que la virgen

ya tiene un nuevo manto tan azul como el cielo

de Honduras en las tardes en que el rió, a lo lejos,

es serpiente de plata que ondula

al infinito. ¡OH pueblos que se llaman

Cedros y san Antonio de oriente, Valle de Ángeles, Yorito

¡Dulce Nombre, La Rosa!  ¡oh procesión

de hombres con retintín de plata antigua

que, a veces, en las noches con fantasmas, se escurre

de las botijas donde el rico más tacaño sepultó sus ahorros!

Bajo las noches claras, frescas, los ocotales

con luminarias, miran pasar a los arrieros

que van de pueblo en pueblo ofreciendo las cosas

que codician las niñas paliduchas que en la noche dormida

oyen gritar al Duende, el personaje

que arrea los ganados hacia la Costa donde

los bananos producen oro a montones como en los días

en que se hablaba de unir a los mares con la locomotora.

Fue una gran ilusión, como las otras que has tenido, porque hay una riqueza

en el sueño, una mina inexhausta, fantasmas entre las flores.

De pronto, por tu cielo pasan las guacamayas pregonando el crepúsculo

sus colores fantásticos; te dan las albricias

en la tarde, en el alba, los pájaros insomnes,

porque eres una basta pajarera con luz; no hay en el mundo

según Twomey, tan bellos y variados,

y hablan muchos idiomas, desde el maya que hablaban

los poetas del Popol vuj y el lenca y el chortí,  pájaros que aún escuchan

la voz exaltadora del Dios del viento, el profeta

que seguirá en su plinto, hasta que el aire muera de amor en las montañas

donde el quetzal, la joya con alas, tiene un nido

no de piedras preciosas si no de hierbas débiles

y el canario de pecho de oro, que al cantar

remeda el agua íntima que taladra las piedras y penetra en el alma

de los dioses caídos, luego pasan innumerables niños con alas:

Son los ángeles de la mañana aérea hondureña, los ángeles

que llevan nombres borbotantes: la calandria, el turpial, zorzales, clarineros,

ese coro sinfónico que abandona las nubes para ofrecer conciertos

a los pueblos de Honduras, pueblos primaverales en la lluvia

perenne, pueblos de pastorela, cada uno con huertos con olor de guayabas

y fragancias en flor:

pueblos en donde labra su panal el Amor,

y las abejas guardan su miel sin darse prisa

y al pie de la montaña hay suavidad de brisa;

loor a la hermosura de tus cañaverales,

de espadas que se hunden en las noches impuras,

¡ay de las pobres víctimas de sus garras letales,

de los males que abrevan en esos manantiales

el veneno diabólico de las cañas maduras…!

En la plaza aparece en noches de retreta

la banda filarmónica que desentierra valsees

con telaraña y en la noche, en el “velorio” se cuentan las historias

más alegres al compás de la cena suculenta

y el bárbaro licor que de la caña,

¡Ay! Es un niño muerto,

un ángel, angelito,

que se fugó del mundo, pues no llego el doctor a tiempo;

las comadres comentan a su modo

el incidente, y la abuela

corta yerbas fragantes que derraman en el piso

santiguándose para conjugar maleficios; al ángel lo sepultan

en una loma, mientras suenan guitarras y estallan los cohetes,

la lluvia está cayendo con sus lágrimas lentas,

Cae sobre los patios con toronjas maduras,

cae… sigue cayendo… goteando día y noche;

De pronto suena el cántico que estalla en alarido:

“¿En dónde está Rosas?

–Está en el jardín

cortando la rosa,

sembrando el Jazmín”.

Entre Jazmín y rosa aparece un machete,

inesperadamente en el velorio.

El machete es la paz al revés; el cuchillo se esconde

en el momento oportuno; hay fiestas de moros y cristianos,

en que los indios danzan

por el señor Santiago; y hay algunas peleas

sin sangre, en que los moros

huyen, pero el Apóstol se queda con sus ganas

de batirse, los indios

le escondieron machetes y cuchillos, la espada se ha quedado

en el museo familiar junto a las ropas

con fino aroma de raíz de violetas en los baúles

que guardan abolidos encantos y los santos

de bulto que hace tiempo labraron los santeros de Guatemala,

solos están en un rincón de la sala con su aire sentimental,

el mismo que tiene San Antonio,

el hermoso patrón de las muchachas casaderas.

(Antonio es castigado de veras

Si las cosas no aparecen).

La Lluvia está cayendo trémulamente sobre los recuerdos azules

de la abuela que tiene nostalgia inconsolable al abrir el baúl

con espejos, memorias y prendas del ayer florecido,

las sombras de los besos que un día,

un milagroso día, cuando menos pensaba

al salir de la misa vio al galán, que en la pascua,

la vio pasar crujiente, sonriente, toda llena

de gracia en el Amor, y al otro día

juntaron con las manos los corazones, hubo

un alborozo unánime en las campanas; era

que el Padre Reyes bendecía a los novios

debajo de la cúpula dorada por el tiempo.

De pronto hemos llegado

a la ciudad de Reyes y de Soto y de Rosa,

la ciudad española que aún tiene callejones

y ventanas discretas por donde las palomas intrusas

bajan desde los cerros,

convocados por el paisaje que San Miguel vigila y limpia,

con su espada de fuego,

que bien cabe en la rosa más fina que,

en el muro dibuja su silencio encendido,

y en el aire se queda por siempre proclamando lo eterno en lo efímero.

La rosa es tu palabra, Tegucigalpa mía,

ciudad entre nubes, ara de amores,

ciudad de piedra y flores,

de piedras coloridas –más bien piedras preciosas–,

casa de primavera y casa de las rosas,

cada vez que refulgen en mi íntimo sagrario,.

ahí donde el clavel erige su purpúrea

belleza con roció, y ofrece la diadema

de su aroma pretérito, su aroma que se asoma

en los versos de Reyes, el civilizador,

más grande que el guerrero que frenó su caballo

en la Plaza Mayor,

y al solo verle exclama la muchedumbre: “¡Oh, Padre,

cuídanos con tu espada, que fue la espada insigne de la ley!”

En tus rosas de bronce Morazán ha encendido

su milagro perpetuo; pero el mármol de Reyes

es blanco, blanco puro, tan puro

como el blanco de la bandera

en el tope del viento que baja de las nubes que viajan rumbo al mar,

o que riza las aguas del Yojoa, el gran ojo demetérico

de cristal, que ha caído sobre el paisaje ciego de la luz que ha palpado

los robles centenarios, y luego se detiene

muy más allá, en el fondo de las casitas blancas,

blanca como la sombra de los días sin mancha,

no los días del pasado que fueron negros,

cuando en las cavernas,

rugían los coyotes que, con vos humana,

eran la imagen viva de los dueños de las riquezas pecuarias

y la hermosa alegría frutal y del dormido

silencio de los campos que la sangre

empapo inútilmente, sin dar vado al progreso.

No mires al pasado,

sumérgelo en la sombra del olvido;

tus estatuas de sal se han derretido,

y tus hombres feroces, oxidado

“Corta cabezas”, el bandido fiero,

murió con el “lucero chilatero”

sobre Olancho, y también el “Cinchonero”

ya flota río abajo, en ese río

que va al mar del oprobio, y entre tanto

bandido Surgió un ángel con su canto:

¡Reyes, el de la estatua de rocío!

 

JASMINES DEL CABO

 

¿Por qué causas misteriosas

la música de un violín

o el perfume de un jazmín

nos recuerdan muchas cosas?

Sortijas de aguas preciosas,

pañuelos de raso y tul,

cartas dentro de un baúl,

valses del tiempo pasado,

y lo del cuento azulado:

“Este era un príncipe azul”.

Esa flor nítida es una

cosa de la primavera:

un jazmín que ella nos diera

en una noche de luna.

Quién sabe por qué fortuna

esa romántica flor

puede expresar el temblor

sutil que en el alma vive,

eso que nunca se escribe

en una carta de amor.

Suave la hacen los cariños,

triste las penas secretas,

y la arrancan los poetas

y la deshojan los niños.

Si está sobre los corpiños

su perfume nos evoca

el beso, cuya miel loca

deja sobre el corazón

la inefable sensación

de una hostia en la boca.

Cuando en los días primeros

se conjuga el verbo amar

sus flores en el solar

se abren a los aguaceros…

Días tibios y ligeros,

días de balcón y esquela

de rondar la callejuela

y de escribir madrigales;

páginas sentimentales

de nuestra mejor novela.

Días de embriaguez divina,

—todo por unas pestañas —

cuando se ven las montañas

coronarse de neblina.

Cuando hay una bandolina

temblando ante rejas raras,

cuando se cunden las varas

de jazmines y de rosas

y parecen más hermosas

las noches frescas y claras…

Y cuando el alma, en su brío,

lo que tiene el jazmín toma:

si al abrirse, riega aroma,

si al sacudirse, rocío.

Si alguien nos dice “eres mío”

todas las cosas son bellas,

y nuestras móviles huellas,

de pálidos soñadores

van sobre puentes de flores

y bajo palios de estrellas.

Entonces en giro blando,

son —envueltas en aromas —

hacia el viento las palomas

jazmines que van volando…

En esos días­ es cuando

tenemos palacios reales

con terrazas de cristales

y bruñidos pavimentos

y son de verdad los cuentos

de los reyes orientales.

Jazmines de sedas finas

y de carnes aromosas,

y más buenos que las rosas

porque no tienen espinas.

Platas de fragantes minas,

incensarios de placer,

novios para la mujer

sin novio que haga canciones,

quieren como corazones

cuando se dan a querer.

Y aquellos de la sumisa

edad cuando nos ensalma

la novia, el jazmín del alma,

la hostia, el jazmín de la misa.

Y los que peina la brisa

cuando moja los barrancos,

los que están junto a los bancos

y los parques y los muros;

jazmines bellos y puros

como algunos dientes blancos.

Los de silvestre hermosura

que eran —con piedad contrita—

regados por la abuelita

en la madrugada pura.

(La abuela por su blancura

en el recuerdo me sabe

a un jazmín de lo más suave

que se coge en los sembrados,

un jazmín de los lavados

con el agua de la llave…)

Es jazmín con viejos oros

el marfil de los pianos.

¡Yo he visto volar dos manos

sobre jazmines sonoros!

Con sus egregios decoros,

como nacido entre brumas,

daba el champán sus espumas

en las copas champañeras,

entre un blancor de pecheras

y de abanicos de plumas…

Niña de mi devoción,

déjame que ahora duerma

viendo el brillo de la esperma

esparcida en el salón.

Me acuerdo, con la emoción

casta del primer anhelo

de tus mejillas de cielo;

de blancura adorable

y hasta del inolvidable

perfume de tu pañuelo…

¡Oh, Julieta, oh, Margarita!

tu evocación es al fin,

a manera de un jazmín

de primavera bendita.

¡Oh, balcón de aquella cita

por lo romántica, loca,

pues cualquier palabra es poca

para decir lo que yo

sentí cuando ella me dio

de comulgar en su boca!

Jazmines de noble cuna

los de mis cánticos; puestos

a serenarse en los tiestos

que trasplanté de la luna.

¡Buenas noches! En la bruna

tiniebla un surtidor mana.

¡Jazmines hasta mañana!…

De aroma haciendo derroche,

entrad, porque en esta noche

quedó abierta mi ventana.

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