Rafael Heliodoro Valle, escritor e intelectual hondureño, dejó una huella profunda en los campos de la historia y la literatura. Nacido en Tegucigalpa el 3 de julio de 1891, se trasladó a México a los 16 años, para estudiar en la Escuela Normal de Tacuba.
Lo que comenzó como una etapa académica terminó convirtiéndose en una vida entera: México sería su segundo hogar durante casi medio siglo. Allí ejerció la docencia en la Universidad Nacional Autónoma y se consolidó como figura clave del pensamiento hispanoamericano. Además de su labor como profesor e historiador, representó a Honduras como embajador en Estados Unidos. Su incursión en la narrativa llegó en 1944 con la publicación de su primera novela, Iturbide, Varón de Dios, donde la historia y la literatura se entrelazan con su estilo característico.
Su obra principal. Poesía. “Como la luz del día” (1914).
“El perfume de mi tierra natal” (1917).
“Ánforas sedientas” (1920). “Unísono amor” (1940).
“Las sandalias de fuego” (1952).
Cuento. “El rosal del ermitaño” (1911).
Anecdotario de mi abuelo (1915).
“Tierras de pan llevar” (1939).
Ensayo. “Cristóbal de Olid/ conquistador de México y de Honduras” (1948, 1950).
“Dionisia de Herrera 1783-1850” (1950).
“El periodismo en Honduras” (1959).
“Viajero feliz” (1959).
“Historia de las ideas en Centroamérica” (1960).
Antología. “Índice de la poesía centroamericana” (1941).
“Semblanza de Honduras” (1947).
Escribió monografías históricas: La anexión de Centroamérica a México (3 vols., 1924, 1927 y 1937), Bolívar en México (1946), Santiago en América (1946 y 1990) y Cristóbal de Olid, conquistador de México y Honduras (1950); crónicas vivaces: México imponderable (Santiago de Chile, 1936), El espejo historial (1937), Visión del Perú (1943), Imaginación de México (Buenos Aires, 1946) y Semblanza de Honduras (Tegucigalpa, 1947); útiles biografías: de Ignacio Manuel Altamirano (1939) y de Hernán Cortés (1953), y antologías: Índice de la poesía centroamericana (Santiago de Chile, 1931). Fue también un poeta sensible que mereció elogios de Rafael López (prólogo a El rosal ermitaño, San José de Costa Rica, 1920) y de Enrique González Martínez (prólogo a Contigo, 1943), y un hábil e innovador periodista que “llenó los periódicos de América” y recibió el Premio Mary Moors Cabot en 1940.
Libros: Tierras de pan llevar, Flor de Mesoamérica.
Premios:
Orden Mexicana del Águila Azteca, Premio María Moors Cabot.
Trabajos editados:
Anfora sedienta: poemas, Pensamiento vivo de José Cecilio del Valle, Bolívar en México, 1799-1832.
Ultramarina
Una nube blanca, una nube azul,
en la nube un sueño y en el sueño, tú.
Gaviotas del norte, luceros del sur,
sobre el mar el cielo y en el cielo, tú.
Música de errantes cítaras de luz,
y luz en el alma y en el alma, tú.
Las ondas me traen cartas del Perú,
y en las cartas besos y en los besos, tú.
Tú en la noche blanca, tú en la noche azul
y en lo misterioso, dulcemente, tú.
Éxtasis Humilde
Vibro tan sólo por un sueño, vibro
por realizar un simultáneo empeño:
que leamos los dos el mismo libro
y soñemos los dos el mismo sueño…
Las palabras serán piedras preciosas,
claras Ormuces, misteriosas chinas,
rosas antiguas, delirantes rosas,
palabras con aromas y sin espinas.
Será la aurora fina y dulce y clara,
y toda tarde clara, dulce y fina
y toda noche clara y fina para
oír a la oropéndola que trina.
Y sabremos la voz que envía el viento,
y será la verdad el cuento moro
y cantarán el pájaro en el cuento
y en la noche de miel la flor de oro.
Nos volveremos a la sombra suave,
a donde el invisible nos arroja,
hacia el terror de lo que no se sabe
y el perfume de lo que se deshoja.
El POEMA DE HONDURAS
A los grandes abuelos mayas
que silenciaron el rostro del tiempo con amor sabiduría y paz.
Desde la transparencia constante del recuerdo
Veo tu rostro dulce y triste, tus montañas
Con nieblas en la gloria, solar del mediodía
Tus pinos con balsámicos rumores y fragancias
Y en fondo los pueblos con luces en la noches…
Te quiero por pequeña, por suave y sensitiva,
Ásperamente dulce como la piña de oro,
Que los vergeles surgen, con su miel concentrada
Como si fuera síntesis del verano moreno,
Flotando entre las frutas que los golosos pájaros
–los más esplendorosos del mundo– picotean
en las cuatro estaciones. ¡Oh melódica Honduras,
tierra dulce y pequeña, tierra del rostro indio
y del alma española; hija del almirante
que iba ciego en el mar, como si te buscara,
su olfato ¡Oh flor telúrica! ¡Oh, isla vagabunda
del alto mar océano! Y se quedó mirándote,
cuando tus islas pasaron encendiendo
su mirada de errante poeta y te nombró
al caer de rodillas para dar
las gracias por haberse evadido de una larga tormenta
frente a tu litoral en uno de esos días
en que hasta las gaviotas se quedan suspendidas
entre el agua y el cielo, buscando rumbos, a ciegas
en la áspera locura del sol innumerable…
¡Oh tierra blanca y azul! Ya tu bandera
trasunta lo más puro del día y de la noche,
la prístina inocencia y el sueño más audaz
la libertad magnifica y la pureza virgen
del alma que se entrega al futuro perfecto,
y olvidando los días nefastos, las cruentas
pesadillas, los bárbaros holocaustos caníbales
que migraron del África, acaso del Brasil
con gritos ululantes y tambores de guerra,
hasta que el europeo llegó en sus carabelas,
desafiando las furias eléctricas, los vientos,
contra los cocoteros, desmantelando velas, gritando: ¡Mas Allá!
Sí, más allá, tal vez fue la voz, ¡Honduras!
Síguela, óyela, suena al otro lado de los peñones donde
Se detienen las aves marinas y las brújulas
Navales enloquecen y las redes errantes del radar
Cumplieron profecías. Ya los nuevos
Oteadores del viento y el cielo presagian
Para ti grandes días henchidos de la dicha posible
Hay una estética en la historia
que siempre ha precedido a los advenimientos
de las auroras áureas de esplendor.
El compás del barco-escuela capta
las hondas más sutiles del hierro de Agalteca
y el temblor de los nervios del Golfo de Fonseca,
El golfo promisorio, en que sigue escondido
El tesoro que pudo rescatar el pirata que llegó sobre el lomo
Del pacífico, desde el sur de Pizarro.
A un se miran las huellas
Del gran González Dávila en las aguas salobres,
De ese mediterráneo que tiene muchas islas
Que cantan encantadas como si fueran novias en una sinfonía
En que aparecen garzas dibujando Poemas
De blancura estatuaria y de silencio exacto.
El golfo es un tesoro que guarda los sesteros
Que buscan los que creen en la Atlántida, los buzos
Que sueñan con galeones hundidos y con arcas
Repleta de la plata primera de tus montes,
Que en su fondo tallado de clepsidra escuchan
Caer las silenciosas lágrimas de los mineros
Que rescataron plata y recibieron cobre.
¡Oh muertos! Vuestros puños se alzaron sin remedio,
Sin esperanza, disteis en lo oscuro del túnel
La sangre y el sudor, sin que se identifiquen
En la vieja moneda que decía:
“¡El libre ofrece paz,
pero el ciervo jamás!”
¡Jamás! Esta palabra impura no debes repetirla;
No vuelvas al pasado, no mires tu ignorancia, que el futuro está en flor
Y aun puedes cultivarlo. No la gastes, ahórrala,
No para el odio estéril; no vuelvas al pasado.
Que te puso en el mapa con horrendos colores,
Y que manchó tu azul y tu blanco y tus pinos,
Que son la primavera. La imagen del futuro te aguarda
Como novio, a tu puerta, sonando tu guitarra
Con el cuello adornado de jazmines insignes.
Se siempre cual la flor más excelsa del patio
De tu casa sencilla: el Jazmín es la pura
Expresión de tu heráldica: de día está orgulloso
De su blancura, dando su aroma penetrante,
Su canto de poeta enamorado siempre de las formas sangradas,
La niña que aparece en el balcón y escucha la serenata llena
De músicas sublimes, de palabras que no pueden decirse,
Y el sol sobre las altas madres selvas.
Cae, dejando pétalos de cielo
Sobre los sueños castos de las calandrias ebrias
De canto, que han construido sus nidos en los viejos amates
A la orilla del río que, en el verano, duerme;
Y se sale del cauce en invierno y se enoja y se lleva los puentes
De piedra que eran juego de niños en el vado;
Los puentes del azteca, del indio
que hizo ciudades de palabras que tienen
un acento gracioso y aún resuenan en nuestro corazón encadenado
a la música antigua: Siguatepeque pueblo de muchachas,
Guaserique, nombre canoro, fresco, cargado de peces y de estrellas;
y algunos nombres mayas que vienen caminando
Desde muy más allá del día en que nacieron las estelas de Copan.
Y desde el Día en que alzó
Poderosa su antorcha, el DIOS del viento;
Ulúa, Sula, Omoa, Danlí y Oropolí, resbalan lentamente
En el oído como gotitas en la antigua
Cueva en que están dormidas las edades
Que vieron los primeros pinos, los primeros caobos,
Los ceibos de raíces milenarias,
Que caminan, caminan y caminan.
Con su mensaje oculto hasta la tierra donde
El señor de Esquipuilas ve llegar a los indios con sus
Danzas y sus banderas desplegadas, el día del alborozo unánime
En que los nietos de los nietos del azteca y el maya
unen sus manos y corazones
En la plegaria y en el llanto
como el ámate de raíces hondas que mece
Su larga y verde cabellera sobre las aguas de los ríos
que bajan de los montes con fragmentos de ídolos
y colores de orquídeas.
¡OH PATRIA, OH MADRE! adorna tu vestido
de zaraza y tu humilde sonrisa más graciosa,
como las madres que en sus pueblos bordan
el complicado encaje para el traje
que ha de llevar el niño en el bautizo
cuando el canario dé su trino de oro
al viento claro, en el albor del día,
y la campana rota con su voz
más recóndita y llena de dulzura llame a todos
para que lleguen a la, fiesta en que
compadres y comadres juraran
quererse siempre, como los abuelos
que no tuvieron odio y juntaron
las manos, cerca de las luminarias
bajo los robles llenos de “parásitas” ,
de las orquídeas niñas que se asoman
tímidamente a ver pasar las nubes
desde los nidos verdes que, en el bosque,
improvisan huyendo de las manos
que buscan llamas en las flores
altas; tus orquídeas manejan tus colores
sencillamente, como los pintores
impresionistas, y como tus pájaros
carpinteros, que esconden sus ahorros
para el invierno, entre los broncos troncos
del roble en que encontraron su refugio
las colmenas huidizas que robaron
su miel a la guanábana, y al pino
su madrigal más fino entre la lluvia….
¡OH PATRIA¡ se siempre propicia
a tus hijos, sonríeles y cuéntales
tu ambición más humilde, no tu historia
con sangre y lágrimas cobardes
Dales valor para afrontar los días difíciles,
y la familia toda está contenta
y orgullosa de ti ¡OH Patria, Oh Madre!
Tus valles son la luz en que se azula
el agua llena de cristal canoro,
El Zamorano y el valle de Sula,
los de Sensenti, Quimistán y Yoro,
del Valle pingüe, el valle del solsticio
de invierno y el feraz y frumenticio
con el confín que no tiene horizonte,
tierra de pan llevar sin beneficio,
que solo tiene el trino del sinsonte.
Y esos pueblos callados, íngrimos y remotos,
allá en el hondo fondo, coronados de humo,
y llenos de muchachas que, sin novio, suspiran,
y tienen hojas tristes como las Dolorosas
que, en los templos oscuros, con el manto raído en la Semana Santa,
Salen a hacer visitas a san Juan y le muestran
puñales sobre el pecho y los ojos en blanco.
Los pueblos aparecen con sus casitas, cuando
del campanario vuelan las palomas de ángelus,
esparciendo noticias del cielo: que la virgen
ya tiene un nuevo manto tan azul como el cielo
de Honduras en las tardes en que el rió, a lo lejos,
es serpiente de plata que ondula
al infinito. ¡OH pueblos que se llaman
Cedros y san Antonio de oriente, Valle de Ángeles, Yorito
¡Dulce Nombre, La Rosa! ¡oh procesión
de hombres con retintín de plata antigua
que, a veces, en las noches con fantasmas, se escurre
de las botijas donde el rico más tacaño sepultó sus ahorros!
Bajo las noches claras, frescas, los ocotales
con luminarias, miran pasar a los arrieros
que van de pueblo en pueblo ofreciendo las cosas
que codician las niñas paliduchas que en la noche dormida
oyen gritar al Duende, el personaje
que arrea los ganados hacia la Costa donde
los bananos producen oro a montones como en los días
en que se hablaba de unir a los mares con la locomotora.
Fue una gran ilusión, como las otras que has tenido, porque hay una riqueza
en el sueño, una mina inexhausta, fantasmas entre las flores.
De pronto, por tu cielo pasan las guacamayas pregonando el crepúsculo
sus colores fantásticos; te dan las albricias
en la tarde, en el alba, los pájaros insomnes,
porque eres una basta pajarera con luz; no hay en el mundo
según Twomey, tan bellos y variados,
y hablan muchos idiomas, desde el maya que hablaban
los poetas del Popol vuj y el lenca y el chortí, pájaros que aún escuchan
la voz exaltadora del Dios del viento, el profeta
que seguirá en su plinto, hasta que el aire muera de amor en las montañas
donde el quetzal, la joya con alas, tiene un nido
no de piedras preciosas si no de hierbas débiles
y el canario de pecho de oro, que al cantar
remeda el agua íntima que taladra las piedras y penetra en el alma
de los dioses caídos, luego pasan innumerables niños con alas:
Son los ángeles de la mañana aérea hondureña, los ángeles
que llevan nombres borbotantes: la calandria, el turpial, zorzales, clarineros,
ese coro sinfónico que abandona las nubes para ofrecer conciertos
a los pueblos de Honduras, pueblos primaverales en la lluvia
perenne, pueblos de pastorela, cada uno con huertos con olor de guayabas
y fragancias en flor:
pueblos en donde labra su panal el Amor,
y las abejas guardan su miel sin darse prisa
y al pie de la montaña hay suavidad de brisa;
loor a la hermosura de tus cañaverales,
de espadas que se hunden en las noches impuras,
¡ay de las pobres víctimas de sus garras letales,
de los males que abrevan en esos manantiales
el veneno diabólico de las cañas maduras…!
En la plaza aparece en noches de retreta
la banda filarmónica que desentierra valsees
con telaraña y en la noche, en el “velorio” se cuentan las historias
más alegres al compás de la cena suculenta
y el bárbaro licor que de la caña,
¡Ay! Es un niño muerto,
un ángel, angelito,
que se fugó del mundo, pues no llego el doctor a tiempo;
las comadres comentan a su modo
el incidente, y la abuela
corta yerbas fragantes que derraman en el piso
santiguándose para conjugar maleficios; al ángel lo sepultan
en una loma, mientras suenan guitarras y estallan los cohetes,
la lluvia está cayendo con sus lágrimas lentas,
Cae sobre los patios con toronjas maduras,
cae… sigue cayendo… goteando día y noche;
De pronto suena el cántico que estalla en alarido:
“¿En dónde está Rosas?
–Está en el jardín
cortando la rosa,
sembrando el Jazmín”.
Entre Jazmín y rosa aparece un machete,
inesperadamente en el velorio.
El machete es la paz al revés; el cuchillo se esconde
en el momento oportuno; hay fiestas de moros y cristianos,
en que los indios danzan
por el señor Santiago; y hay algunas peleas
sin sangre, en que los moros
huyen, pero el Apóstol se queda con sus ganas
de batirse, los indios
le escondieron machetes y cuchillos, la espada se ha quedado
en el museo familiar junto a las ropas
con fino aroma de raíz de violetas en los baúles
que guardan abolidos encantos y los santos
de bulto que hace tiempo labraron los santeros de Guatemala,
solos están en un rincón de la sala con su aire sentimental,
el mismo que tiene San Antonio,
el hermoso patrón de las muchachas casaderas.
(Antonio es castigado de veras
Si las cosas no aparecen).
La Lluvia está cayendo trémulamente sobre los recuerdos azules
de la abuela que tiene nostalgia inconsolable al abrir el baúl
con espejos, memorias y prendas del ayer florecido,
las sombras de los besos que un día,
un milagroso día, cuando menos pensaba
al salir de la misa vio al galán, que en la pascua,
la vio pasar crujiente, sonriente, toda llena
de gracia en el Amor, y al otro día
juntaron con las manos los corazones, hubo
un alborozo unánime en las campanas; era
que el Padre Reyes bendecía a los novios
debajo de la cúpula dorada por el tiempo.
De pronto hemos llegado
a la ciudad de Reyes y de Soto y de Rosa,
la ciudad española que aún tiene callejones
y ventanas discretas por donde las palomas intrusas
bajan desde los cerros,
convocados por el paisaje que San Miguel vigila y limpia,
con su espada de fuego,
que bien cabe en la rosa más fina que,
en el muro dibuja su silencio encendido,
y en el aire se queda por siempre proclamando lo eterno en lo efímero.
La rosa es tu palabra, Tegucigalpa mía,
ciudad entre nubes, ara de amores,
ciudad de piedra y flores,
de piedras coloridas –más bien piedras preciosas–,
casa de primavera y casa de las rosas,
cada vez que refulgen en mi íntimo sagrario,.
ahí donde el clavel erige su purpúrea
belleza con roció, y ofrece la diadema
de su aroma pretérito, su aroma que se asoma
en los versos de Reyes, el civilizador,
más grande que el guerrero que frenó su caballo
en la Plaza Mayor,
y al solo verle exclama la muchedumbre: “¡Oh, Padre,
cuídanos con tu espada, que fue la espada insigne de la ley!”
En tus rosas de bronce Morazán ha encendido
su milagro perpetuo; pero el mármol de Reyes
es blanco, blanco puro, tan puro
como el blanco de la bandera
en el tope del viento que baja de las nubes que viajan rumbo al mar,
o que riza las aguas del Yojoa, el gran ojo demetérico
de cristal, que ha caído sobre el paisaje ciego de la luz que ha palpado
los robles centenarios, y luego se detiene
muy más allá, en el fondo de las casitas blancas,
blanca como la sombra de los días sin mancha,
no los días del pasado que fueron negros,
cuando en las cavernas,
rugían los coyotes que, con vos humana,
eran la imagen viva de los dueños de las riquezas pecuarias
y la hermosa alegría frutal y del dormido
silencio de los campos que la sangre
empapo inútilmente, sin dar vado al progreso.
No mires al pasado,
sumérgelo en la sombra del olvido;
tus estatuas de sal se han derretido,
y tus hombres feroces, oxidado
“Corta cabezas”, el bandido fiero,
murió con el “lucero chilatero”
sobre Olancho, y también el “Cinchonero”
ya flota río abajo, en ese río
que va al mar del oprobio, y entre tanto
bandido Surgió un ángel con su canto:
¡Reyes, el de la estatua de rocío!
JASMINES DEL CABO
¿Por qué causas misteriosas
la música de un violín
o el perfume de un jazmín
nos recuerdan muchas cosas?
Sortijas de aguas preciosas,
pañuelos de raso y tul,
cartas dentro de un baúl,
valses del tiempo pasado,
y lo del cuento azulado:
“Este era un príncipe azul”.
Esa flor nítida es una
cosa de la primavera:
un jazmín que ella nos diera
en una noche de luna.
Quién sabe por qué fortuna
esa romántica flor
puede expresar el temblor
sutil que en el alma vive,
eso que nunca se escribe
en una carta de amor.
Suave la hacen los cariños,
triste las penas secretas,
y la arrancan los poetas
y la deshojan los niños.
Si está sobre los corpiños
su perfume nos evoca
el beso, cuya miel loca
deja sobre el corazón
la inefable sensación
de una hostia en la boca.
Cuando en los días primeros
se conjuga el verbo amar
sus flores en el solar
se abren a los aguaceros…
Días tibios y ligeros,
días de balcón y esquela
de rondar la callejuela
y de escribir madrigales;
páginas sentimentales
de nuestra mejor novela.
Días de embriaguez divina,
—todo por unas pestañas —
cuando se ven las montañas
coronarse de neblina.
Cuando hay una bandolina
temblando ante rejas raras,
cuando se cunden las varas
de jazmines y de rosas
y parecen más hermosas
las noches frescas y claras…
Y cuando el alma, en su brío,
lo que tiene el jazmín toma:
si al abrirse, riega aroma,
si al sacudirse, rocío.
Si alguien nos dice “eres mío”
todas las cosas son bellas,
y nuestras móviles huellas,
de pálidos soñadores
van sobre puentes de flores
y bajo palios de estrellas.
Entonces en giro blando,
son —envueltas en aromas —
hacia el viento las palomas
jazmines que van volando…
En esos días es cuando
tenemos palacios reales
con terrazas de cristales
y bruñidos pavimentos
y son de verdad los cuentos
de los reyes orientales.
Jazmines de sedas finas
y de carnes aromosas,
y más buenos que las rosas
porque no tienen espinas.
Platas de fragantes minas,
incensarios de placer,
novios para la mujer
sin novio que haga canciones,
quieren como corazones
cuando se dan a querer.
Y aquellos de la sumisa
edad cuando nos ensalma
la novia, el jazmín del alma,
la hostia, el jazmín de la misa.
Y los que peina la brisa
cuando moja los barrancos,
los que están junto a los bancos
y los parques y los muros;
jazmines bellos y puros
como algunos dientes blancos.
Los de silvestre hermosura
que eran —con piedad contrita—
regados por la abuelita
en la madrugada pura.
(La abuela por su blancura
en el recuerdo me sabe
a un jazmín de lo más suave
que se coge en los sembrados,
un jazmín de los lavados
con el agua de la llave…)
Es jazmín con viejos oros
el marfil de los pianos.
¡Yo he visto volar dos manos
sobre jazmines sonoros!
Con sus egregios decoros,
como nacido entre brumas,
daba el champán sus espumas
en las copas champañeras,
entre un blancor de pecheras
y de abanicos de plumas…
Niña de mi devoción,
déjame que ahora duerma
viendo el brillo de la esperma
esparcida en el salón.
Me acuerdo, con la emoción
casta del primer anhelo
de tus mejillas de cielo;
de blancura adorable
y hasta del inolvidable
perfume de tu pañuelo…
¡Oh, Julieta, oh, Margarita!
tu evocación es al fin,
a manera de un jazmín
de primavera bendita.
¡Oh, balcón de aquella cita
por lo romántica, loca,
pues cualquier palabra es poca
para decir lo que yo
sentí cuando ella me dio
de comulgar en su boca!
Jazmines de noble cuna
los de mis cánticos; puestos
a serenarse en los tiestos
que trasplanté de la luna.
¡Buenas noches! En la bruna
tiniebla un surtidor mana.
¡Jazmines hasta mañana!…
De aroma haciendo derroche,
entrad, porque en esta noche
quedó abierta mi ventana.