En el seno del municipio de Amapala, del departamento de Valle, formando parte del archipiélago del Golfo de Fonseca, una joya preciosa cuidadosamente dispuesta, reposa La Isla del Tigre. Este rincón emerge como un testimonio vivo de la exuberancia natural y de la historia cautivante, que despierta la admiración y deleite de los viajeros que buscan la cálida caricia de sus aguas.
Descansando bajo el resguardo del volcán inactivo más imponente de la nación, la isla adquiere una sinfonía de vida vegetal y animal que danza alrededor de su silueta. Sus playas, cubiertas por la arena oscura de origen volcánico y sus atardeceres de magnificencia inigualable, convergen para establecer un escenario de belleza sublime y serena.
El majestuoso Volcán del Tigre, erguido en el centro de la isla como un guardián silente, eleva su cumbre a una altitud de 783 metros sobre el nivel del mar. Desde este centinela natural, el espectador privilegiado puede vislumbrar las costas distantes y los volcanes que emergen en las fronteras de El Salvador y Nicaragua.
Remontándonos a la historia de la isla, en el siglo catorce, un grupo de audaces piratas, bajo el estandarte del famoso Francis Drake, se adentró en sus orillas. En respuesta, los nativos de la etnia chorotega bautizaron al volcán como “Tecuantepetl” o “Cerro del Tigre”, un nombre que aludía a la ferocidad tanto de la montaña como de los piratas. En una fecha posterior, en 1522, el capitán Gil González Dávila, intrépido conquistador, arribó a la isla, otorgándole un nuevo nombre: “La Isla del Tigre”, en honor a la hija de su leal protector de la Corona Española.
Además de sus hechos históricos, no se puede dejar de lado su gran belleza, los 75 kilómetros cuadrados que componen La Isla del Tigre, alberga flora y fauna diversa. Sus bosques se despliegan en dos variantes: las tierras sin bosque, abarcan un 45% del territorio, mientras que el resto se adorna con la riqueza del bosque latifoliado. Conformando su alfombra verde, existen árboles como el guarumo, guayabo, indio desnudo, izote, jícara, laurel, limón, cinco negritos, madreado, marañón, tigüilote, zapote y coyol.
La fauna, por su parte, puebla este lugar en una danza de mamíferos, anfibios, reptiles y aves. Por nombrar algunos tenemos a los venados cola blanca, armadillos, mapaches, conejos, murciélagos de diversas especies, encuentran aqui su morada. Los reptiles, con su variado repertorio, incluyen pichetes, garrobos, iguanas, geckos, bejuquillas, boas y cascabeles. La avifauna alza el vuelo con gaviotas, fragatas, garzas, y gavilanes, un despliegue de colores y formas que asciende a alrededor de treinta especies distintas.
En esta isla, el recreo se despliega en diversas formas. Desde las cálidas aguas que acarician sus playas, perfectas para los apasionados a la natación y la pesca, hasta los paseos en lancha que serpentean las costas, cada rincón invita a una conexión profunda con la naturaleza. Escalar la cumbre del Volcán del Tigre, se erige como un desafío para los aventureros, mientras que los plácidos tesoros históricos de la Ciudad de Amapala despiertan la curiosidad y admiración de quienes buscan sumergirse en el pasado.
En este rincón de maravillas, los sentidos se sacian y el espíritu se eleva. La Isla del Tigre, con su historia tejida en suelo volcánico y hermosos paisajes se ofrece como un refugio para aquellos dispuestos a explorar Honduras.